Siempre le he prestado especial atención a los sueños. Sobre todo a esos en los que veo personajes y lugares que nada tienen que ver con mi realidad presente. Todos estos sueños raros los guardo en mi memoria como auténticos tesoros de sabiduría y de conocimiento personal.
En uno de ellos me vi caminando por las calles de una ciudad japonesa, del Japón feudal. Mi aspecto físico no era el actual. Me veía a mí mismo como una persona europea, alta, delgada y vestida con ropas elegantes, como si fuese una persona distinguida.
Me paseaba por aquel sitio admirando las rarezas de aquella cultura milenaria. Entré a un bar y bebí algo. Luego seguí mi camino. Atravesando un pequeño puente de madera dos mujeres allí apostadas me pidieron limosna. Les di dinero de mi país y ellas sonrieron agradecidas. Una de ellas me regaló una moneda autóctona. Me resultó curiosa. Se trataba de una moneda hueca. Mientras la contemplaba meditabundo, me desperté.
Sabía que aquel sueño era una revelación, porque me había visto a mí mismo metido en un cuerpo diferente al mío, ese cuerpo con que siempre me veo en los sueños relacionados con mi última encarnación, pero no entendía el significado de lo que acababa de experimentar, así que decidí archivarlo en mi memoria y no le di más vueltas.
Un día, poco tiempo después, arribaba a la facultad de Filosofía e Historia de la Universidad de la Habana cuando se me acercó un chico de piel oscura, bajo y delgado. Me preguntó si era estudiante de Historia y le dije que sí. Entonces me dijo que con él andaba una chica extranjera que estaba interesada en hablar con un estudiante de Historia porque deseaba hacerle algunas preguntas sobre la Historia de Cuba. Me preguntó si podía ayudarlo y le dije que sí.
Caminé tras él hasta el banco donde se encontraba su amiga. Se trataba de una chica de unos 25 años, de rasgos asiáticos. Nos presentamos amigablemente y nos sentamos a conversar. Era una chica japonesa llamada Nami . Quería saberlo todo sobre la historia del país. Por suerte entendía el castellano. Lo había aprendido en México, y de hecho lo hablaba con frases de aquel país y hasta un poco del acento de los mexicanos.
Yo comencé a contarle la historia de Cuba desde el principio. No acostumbro a tener delante a personas que me pidan algo así, pero como ella estaba interesada y yo no tenía nada mejor que hacer, no me limité en mi explicación y fui lo más exhaustivo posible.
Su acompañante cubano, se quedó dormido como a la media hora. Pero aún tenía historia para rato. Despertó una hora después, y al ver que lo nuestro era para largo, decidió marcharse. Lo hizo sin dar explicaciones y con cara de aburrido. Cuando se hubo ido, hice un paréntesis en mi explicación para advertir a Nami que aquel chico era un jinetero, un gigoló, un cazador de turistas. Al parecer, ella ya lo sospechaba.
El tiempo pasó deprisa y la chica japonesa debía marcharse. Sin embargo, me pidió una nueva cita. Quedamos para vernos al día siguiente a las 10 de la mañana en el mismo lugar. Allí estuvimos ambos puntuales y risueños. Conversamos otra vez largo y tendido. Al mediodía, Lalo, un amigo paraguayo, me vio allí sentado en los jardines de la facultad y se acercó para invitarme a almorzar. Yo le dije que no podía porque me encontraba acompañado de mi amiga asiática. Él dijo que la invitación se hacía extensiva a mi amiga también. Ella aceptó y nos fuimos los tres juntos para la casa de éste.
Lalo vivía en el famoso edificio FOCSA, (federación Obrera de Cuba Sociedad Anónima), tal vez el edificio más emblemático de todo el barrio del Vedado. Allí desde el piso octavo o noveno, no lo recuerdo bien, pudimos disfrutar Nami y yo de una vista privilegiada de la Habana.
En aquel apartamento había varias personas, todas extranjeras, una chica paraguaya, otra de Argentina, un chico paraguayo, la japonesa, Lalo y yo. Almorzamos todos juntos, escuchamos música, conversamos de muchísimas cosas, nos divertimos, nos hicimos fotos. Bueno, ellos, los que tenían con qué hacerlas, le hicieron fotos a los demás. Recuerdo que Nami asombró a todos cuando de su bolso sacó una cámara fotográfica impresionante.
Siempre recordaré aquella tarde porque, a pesar de que apenas nos conocíamos, se creó un ambiente de complicidad y de amistad entre todos verdaderamente raro y hermoso. Nos fuimos de allí sobre las 6 de la tarde. Llevé a Nami hasta la casa donde estaba parando en la Habana. Quedamos para vernos nuevamente al día siguiente.
No había dudas de que le caía bien a la japonesa. Nos volvimos a citar en la universidad. Ese día fuimos a una manifestación de las tantas que se convocaban en la Habana. No me pregunten por qué nos manifestábamos porque no sería capaz de recordarlo. Sólo sé que una vez finalizado el desfile, fuimos a tomar helado a Coppelia, la heladería más famosa de la Habana y también de toda Cuba. Luego paseamos durante largo rato y conversamos mucho.
Ella me contó que estaba en Cuba porque en México se enamoró de un chico argentino. Este chico era un enamorado del Ché Guevara y siempre le decía que algún día se iría como el Ché a vivir a Cuba. Nami perdió la pista a este chico, pero no perdía la esperanza de encontrarlo.
Lalo vivía en el famoso edificio FOCSA, (federación Obrera de Cuba Sociedad Anónima), tal vez el edificio más emblemático de todo el barrio del Vedado. Allí desde el piso octavo o noveno, no lo recuerdo bien, pudimos disfrutar Nami y yo de una vista privilegiada de la Habana.
En aquel apartamento había varias personas, todas extranjeras, una chica paraguaya, otra de Argentina, un chico paraguayo, la japonesa, Lalo y yo. Almorzamos todos juntos, escuchamos música, conversamos de muchísimas cosas, nos divertimos, nos hicimos fotos. Bueno, ellos, los que tenían con qué hacerlas, le hicieron fotos a los demás. Recuerdo que Nami asombró a todos cuando de su bolso sacó una cámara fotográfica impresionante.
Siempre recordaré aquella tarde porque, a pesar de que apenas nos conocíamos, se creó un ambiente de complicidad y de amistad entre todos verdaderamente raro y hermoso. Nos fuimos de allí sobre las 6 de la tarde. Llevé a Nami hasta la casa donde estaba parando en la Habana. Quedamos para vernos nuevamente al día siguiente.
No había dudas de que le caía bien a la japonesa. Nos volvimos a citar en la universidad. Ese día fuimos a una manifestación de las tantas que se convocaban en la Habana. No me pregunten por qué nos manifestábamos porque no sería capaz de recordarlo. Sólo sé que una vez finalizado el desfile, fuimos a tomar helado a Coppelia, la heladería más famosa de la Habana y también de toda Cuba. Luego paseamos durante largo rato y conversamos mucho.
Ella me contó que estaba en Cuba porque en México se enamoró de un chico argentino. Este chico era un enamorado del Ché Guevara y siempre le decía que algún día se iría como el Ché a vivir a Cuba. Nami perdió la pista a este chico, pero no perdía la esperanza de encontrarlo.
Sin embargo, en aquellos días en los que compartimos tantas cosas lindas, al parecer, sus ojos comenzaron a mirarme de manera especial. Al parecer, su cabeza se preguntaba si era yo un hombre con quien poder compartir algo más que aquella extraña amistad. Yo no lo sabía y ella jamás lo dio a entender claramente. Pero me pidió que le echara las cartas, y en medio de aquella consulta aparecía yo. Entonces me di cuenta de que esta chica tenía sus ojos puestos en mí.
Tengo que confesar que Nami, si bien me atraía por ser una mujer de una cultura muy diferente a la mía, no me había llamado la atención como mujer. De hecho le dije que yo no era el hombre de su vida, y que tampoco encontraría al chico argentino. Le dije que ella se casaría en su país con un chico que ya conocía, un amigo que le había insistido para que no hiciera aquel viaje.
Terminada la sesión de cartas, la llevé a visitar a mi tía Aleida en la Habana Vieja porque tenía interés en que conociera a algún familiar mío con evidentes facciones asiáticas, pues le había contado que mi tatarabuelo por parte de padre era chino cantonés. Aleida nos dio a probar un poco de arroz con leche que había hecho y estuvimos conversando un rato sobre ella y sobre nuestros familiares chinos.
Salimos de allí y pudimos comprobar que ya se había hecho de noche. Nami estaba cansada y debía regresar a su casa de alquiler. La llevé nuevamente hasta allí y me preparaba a despedirme, esa vez para siempre, cuando recordé que aquel día al despertarme, mientras me preparaba para ir a su encuentro, sentí una voz que me dijo:
Tengo que confesar que Nami, si bien me atraía por ser una mujer de una cultura muy diferente a la mía, no me había llamado la atención como mujer. De hecho le dije que yo no era el hombre de su vida, y que tampoco encontraría al chico argentino. Le dije que ella se casaría en su país con un chico que ya conocía, un amigo que le había insistido para que no hiciera aquel viaje.
Terminada la sesión de cartas, la llevé a visitar a mi tía Aleida en la Habana Vieja porque tenía interés en que conociera a algún familiar mío con evidentes facciones asiáticas, pues le había contado que mi tatarabuelo por parte de padre era chino cantonés. Aleida nos dio a probar un poco de arroz con leche que había hecho y estuvimos conversando un rato sobre ella y sobre nuestros familiares chinos.
Salimos de allí y pudimos comprobar que ya se había hecho de noche. Nami estaba cansada y debía regresar a su casa de alquiler. La llevé nuevamente hasta allí y me preparaba a despedirme, esa vez para siempre, cuando recordé que aquel día al despertarme, mientras me preparaba para ir a su encuentro, sentí una voz que me dijo:
“Regálale una moneda a la japonesa”.
En Cuba acostumbramos a regalar la moneda de 40 centavos, y dicen que es una manera de regalar la suerte a otra persona. Estas monedas ya no circulan, pero yo tenía guardadas unas cuantas para regalarlas en casos como éste.
Saqué la moneda de mi cartera y se la di, explicándole lo que significaba. Ella la tomó en sus manos haciendo un gesto de agradecimiento. Pero mientras la miraba, vino de golpe a mi mente aquel sueño en el que una japonesa me regalaba una moneda. Me quedé sorprendido. La historia se estaba repitiendo en sentido inverso.
No perdí tiempo en contarle a Nami lo que había soñado. Le recalqué que la moneda que me habían dado en el sueño era una moneda hueca. A ella le pareció natural, y me dijo que sabía cual era la moneda, que se trataba de una moneda que ya no circulaba en su país, una moneda de 5 yens, y que existía la tradición de regalarla.
Saqué la moneda de mi cartera y se la di, explicándole lo que significaba. Ella la tomó en sus manos haciendo un gesto de agradecimiento. Pero mientras la miraba, vino de golpe a mi mente aquel sueño en el que una japonesa me regalaba una moneda. Me quedé sorprendido. La historia se estaba repitiendo en sentido inverso.
No perdí tiempo en contarle a Nami lo que había soñado. Le recalqué que la moneda que me habían dado en el sueño era una moneda hueca. A ella le pareció natural, y me dijo que sabía cual era la moneda, que se trataba de una moneda que ya no circulaba en su país, una moneda de 5 yens, y que existía la tradición de regalarla.
Nos despedimos casi seguros de que no nos volveríamos a ver. Ella se marchaba tal vez para siempre a su Osaka natal, y yo me quedaba en la isla convencido de que jamás viajaría a Japón. Sólo me quedaba la ilusión de que nos carteáramos, pero tenía amargas experiencias con las personas extranjeras que conocía, pues luego casi ninguna escribía, y si alguna lo hacía alguna vez, luego no era capaz de mantener la correspondencia por mucho tiempo. Al final siempre se imponía el silencio y la distancia.
Nada más supe de Nami. No me escribió nunca, sin embargo, su historia se había grabado con fuego en mi memoria. Sabía que jamás la olvidaría. Aquel sueño me enseñó una escena de mi pasado, la cual volvió a repetirse en el presente.
Tiempo después fui al salto del Caburní en Topes de Collante con Lalo y su amiga paraguaya Erika. Aquella noche inolvidable en medio de aquel paraje natural único, le conté a Érika toda aquella historia de la moneda. Le dije: “¿Te acuerdas de aquella japonesa que andaba conmigo el día que nos conocimos? Ese fue el comienzo de mi historia. Al terminar mi relato Érika me sorprendió diciendo: “Yo tengo en mi poder una de esas monedas”. Me la regaló un marino amigo de mi padre, quien estuvo en Japón en uno de sus viajes. Curioso, ¿verdad?
Nada más supe de Nami. No me escribió nunca, sin embargo, su historia se había grabado con fuego en mi memoria. Sabía que jamás la olvidaría. Aquel sueño me enseñó una escena de mi pasado, la cual volvió a repetirse en el presente.
Tiempo después fui al salto del Caburní en Topes de Collante con Lalo y su amiga paraguaya Erika. Aquella noche inolvidable en medio de aquel paraje natural único, le conté a Érika toda aquella historia de la moneda. Le dije: “¿Te acuerdas de aquella japonesa que andaba conmigo el día que nos conocimos? Ese fue el comienzo de mi historia. Al terminar mi relato Érika me sorprendió diciendo: “Yo tengo en mi poder una de esas monedas”. Me la regaló un marino amigo de mi padre, quien estuvo en Japón en uno de sus viajes. Curioso, ¿verdad?
Este bien podría ser el final de esta historia, pero no es así. Muchos años pasaron desde que dejé en el portal de aquel edificio habanero a Nami, mi amiga japonesa. De ella sólo me había quedado su dirección y su teléfono larguísimo con un millón de números. Me casé, me vine a vivir a España y su dirección cruzó el Atlántico conmigo. Un buen día, estando en el gabinete astrológico en el que trabajaba, me vino a la mente mi amiga de Japón, y decidí escribirle una carta para ver si por esas casualidades de la vida, la recibía y me respondía.
Un mes después recibía un correo electrónico de su parte. Me decía que había recibido mi carta y que se había alegrado de saber de mí después de tanto tiempo. Dijo que estaba asombrada de que estuviera en España, y en Bilbao, y que casualmente ella pensaba visitar esa ciudad dentro de 20 días. Me dijo que estaba trabajando y viviendo en el PIECEBOUT, o barco de la paz. En él había recorrido el planeta en varias ocasiones, y me dijo que tal vez podríamos vernos una vez llegara ella a la capital vizcaína. Me dijo además, que de Bilbao viajarían a La Habana.
Estaba sorprendido y emocionado. Me imaginaba cómo iba a ser aquel encuentro con Nami después de tanto tiempo. En la tele dieron la noticia de la llegada a Bilbao del Barco de la Paz, así que no fue difícil seguirles la pista. Me presenté con mi mujer y mi hija pequeña en el puerto de Santurze y luego de buscar un poco ya me encontraba frente al barco.
De él bajaban muchísimos extranjeros, asiáticos casi todos. Debí desempolvar mi mal inglés para preguntarles por mi amiga Nami. Algunos me dijeron que la conocían, pero que no podían decirme a ciencia cierta dónde estaba. No sabían si a esa hora estaba todavía en el barco, o si como la mayoría, se había marchado a pasarse el día en la ciudad de Bilbao.
Al ver que no dábamos con la chica, decidimos tirar la toalla. De aquel viaje lo único agradable fue que muchas de las chicas japonesas con las que me tropecé, les cayó en gracia mi hija, al notar en ella las evidentes facciones asiáticas, los ojos rasgados, etc.
Nos fuimos a casa a comer. Estaba decepcionado y cierta angustia recorría mi mente.
Un mes después recibía un correo electrónico de su parte. Me decía que había recibido mi carta y que se había alegrado de saber de mí después de tanto tiempo. Dijo que estaba asombrada de que estuviera en España, y en Bilbao, y que casualmente ella pensaba visitar esa ciudad dentro de 20 días. Me dijo que estaba trabajando y viviendo en el PIECEBOUT, o barco de la paz. En él había recorrido el planeta en varias ocasiones, y me dijo que tal vez podríamos vernos una vez llegara ella a la capital vizcaína. Me dijo además, que de Bilbao viajarían a La Habana.
Estaba sorprendido y emocionado. Me imaginaba cómo iba a ser aquel encuentro con Nami después de tanto tiempo. En la tele dieron la noticia de la llegada a Bilbao del Barco de la Paz, así que no fue difícil seguirles la pista. Me presenté con mi mujer y mi hija pequeña en el puerto de Santurze y luego de buscar un poco ya me encontraba frente al barco.
De él bajaban muchísimos extranjeros, asiáticos casi todos. Debí desempolvar mi mal inglés para preguntarles por mi amiga Nami. Algunos me dijeron que la conocían, pero que no podían decirme a ciencia cierta dónde estaba. No sabían si a esa hora estaba todavía en el barco, o si como la mayoría, se había marchado a pasarse el día en la ciudad de Bilbao.
Al ver que no dábamos con la chica, decidimos tirar la toalla. De aquel viaje lo único agradable fue que muchas de las chicas japonesas con las que me tropecé, les cayó en gracia mi hija, al notar en ella las evidentes facciones asiáticas, los ojos rasgados, etc.
Nos fuimos a casa a comer. Estaba decepcionado y cierta angustia recorría mi mente.
Por la tarde, en cambio, pensé que metido en casa sí que no encontraría a la chica. Sabía que los milagros y las casualidades existen y que pueden ocurrir cuando uno menos lo espera, así que decidí irme a Bilbao para ver si se daba la casualidad del reencuentro con mi amiga de ojos razgados. Ella tenía mis teléfonos, pero no me había llamado, y en mi casa no encontré mensajes suyos en el contestador.
Al llegar a Bilbao pude comprobar que la ciudad estaba llena de asiáticos por todos lados, quienes a las claras eran pasajeros del Barco de la Paz. Mis esperanzas volvieron a florecer. Le preguntaba a todo aquel que se me ponía a tiro. Al fin un japonés me dijo que mi amiga Nami era una de las coordinadoras de todo el grupo, y me dio un teléfono del barco, un teléfono de uno de los puestos de mando, y me dijo que tal vez con él podría averiguar algo. Llamé desde el móvil y comencé a hacer las preguntas pertinentes. Ellos conocían a Nami y quedaron en localizarla para que se pusiera al teléfono, y luego de unos minutos angustiosos conseguí volver a escuchar su voz.
Sus palabras me dejaron helado. Ella no quería verme. No estaba interesada en despertar aquellos fantasmas. Al fin y al cabo ella me recordaba como un chico que la rechazó en plena Habana. Al parecer, me guardaba rencor por aquello, o tal vez pensaría que mi situación en Bilbao era irregular y que mi interés por verla sería para pedirle ayuda. No lo sé. Me dijo que había pasado mucho tiempo y que ella estaba muy ocupada. Le pedí que nos viésemos al día siguiente, antes de que zarparan, pero ella me dijo que no.
No insistí más. Antes de colgar el teléfono le recordé que tenía mis señas para si en algún momento deseaba contactarme. En aquel caso, era evidente que no habría un segundo encuentro. Ese día aprendí de la frialdad nipona, de la frialdad asiática, de la frialdad del sol naciente, que poco calienta el alma de sus gentes.
TADEO
Al llegar a Bilbao pude comprobar que la ciudad estaba llena de asiáticos por todos lados, quienes a las claras eran pasajeros del Barco de la Paz. Mis esperanzas volvieron a florecer. Le preguntaba a todo aquel que se me ponía a tiro. Al fin un japonés me dijo que mi amiga Nami era una de las coordinadoras de todo el grupo, y me dio un teléfono del barco, un teléfono de uno de los puestos de mando, y me dijo que tal vez con él podría averiguar algo. Llamé desde el móvil y comencé a hacer las preguntas pertinentes. Ellos conocían a Nami y quedaron en localizarla para que se pusiera al teléfono, y luego de unos minutos angustiosos conseguí volver a escuchar su voz.
Sus palabras me dejaron helado. Ella no quería verme. No estaba interesada en despertar aquellos fantasmas. Al fin y al cabo ella me recordaba como un chico que la rechazó en plena Habana. Al parecer, me guardaba rencor por aquello, o tal vez pensaría que mi situación en Bilbao era irregular y que mi interés por verla sería para pedirle ayuda. No lo sé. Me dijo que había pasado mucho tiempo y que ella estaba muy ocupada. Le pedí que nos viésemos al día siguiente, antes de que zarparan, pero ella me dijo que no.
No insistí más. Antes de colgar el teléfono le recordé que tenía mis señas para si en algún momento deseaba contactarme. En aquel caso, era evidente que no habría un segundo encuentro. Ese día aprendí de la frialdad nipona, de la frialdad asiática, de la frialdad del sol naciente, que poco calienta el alma de sus gentes.
TADEO
5 comentarios:
hermano seria muy interesante que pudieras visitar Japon. La frialdad de la gente es menor en realidad comparada con otros paises de esta parte del mundo. Es como sentirse en Europa pero rodeado de asiaticos. Tu viste mis fotos? Una historia complicada la de la chica japonesa, pero asi es la vida... Me dio gusto leer tu historia y ver nombres como Lalo. Sabes algo de el? Un abrazo
Hermano mío:
De Lalo he sabido que se casó en su país Paraguay, que tuvo gemelas, y que se fueron todos a vivir a Italia. Seguro que nuestra amiga Aliadna, te podrá hablar de él más que yo mismo. Alguna vez nos escribimos, pero ahora mismo estamos sin contacto. Un abrazo:
Tadeo
si el otro dia hable como una hora con aliadna y menciono a lalo pero no entramos en detalles. Por fin te envie mis fotos de tokio o no? Un abrazo
Hola Alex:
No, no me mandaste las fotos. Mándamelas. Un abrazo:
Tadeo
Pues te equivocas de cabo a rabo...los japoneses buscan mostrar los siempre lo mejor de ellos y no pensarian quedar mal por nada del mundo!!!
Pero sucede que ella se enamoro de ti y como llegaron a nada...siempre tuvo tu recuerdo "muy en alto".
Al llegar a Bilbao estoy seguro que te vio, te reconocio y tambien vio a tu familia...eso la literalmente la destrozo...
No es frialdad, es que no quiso sufrir una vez mas...NO TE CONFUNDAS!!!
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