viernes, 6 de abril de 2007

HISTORIAS QUE MATAN





La emisora de radio local del pueblo sorprendió a todos aquel día con una inesperada noticia. Un par de investigadores del Centro de Conservación y Desarrollo del Patrimonio Intangible, estaban buscando a personas que tuvieran alguna información sobre el espíritu de Don Mariano Borrell.
A pesar de encontrarnos en una ciudad cubana, resultaba raro un anuncio de estas características. ¿Un par de investigadores recavaban información para seguirle la pista a un espíritu?


Sin embargo, en Trinidad, mi ciudad natal, nadie se extrañó de esta petición de ayuda.
Se trataba de uno de los muertos ilustres del pueblo. Mucha gente allí juraba haberse topado alguna vez con este espíritu, el cual, al parecer, vagaba desesperado a caballo entre el mundo de los vivos y el de los muertos sin encontrar el tan deseado descanso eterno.

Atner Cadalso, mi compañero de trabajo entonces, y yo, éramos los investigadores responsables de la idea de levantar el revuelo en el pueblo con nuestra investigación histórica, la cual no era más que una versión oficial y seria de las muchas investigaciones particulares que sobre la vida de Don Mariano Borrell, se habían llegado a hacer.

Borrell, según se dijo siempre, había dejado enterrada buena parte de su fortuna en algún punto desconocido de la geografía del municipio de Trinidad, y desde que tengo uso de razón, muchas personas se dedicaron en serio a recopilar la mayor cantidad de información posible sobre este señor con el fin de iniciar la búsqueda de este dinero extraviado de manera más objetiva. Llegaron incluso a fabricar artefactos detectores de metales para rastrear sobre todo los terrenos de las incontables propiedades de este potentado hacendado, por demás, el más rico de toda la región.

Muchos deseaban averiguar sobre la historia de este señor, pero casi nadie tenía acceso a los archivos donde se guardaban minuciosamente los documentos de la familia Borrell. Casi nadie tenía acceso, pero nosotros sí. Desde el momento en que dimos la noticia por la radio nos sentimos en el punto de mira, mirados, vigilados por un ojo invisible e inidentificable. Cualquiera de los que nos pasaba por al lado podía estarnos vigilando. Cualquiera de esos que se cruzaba con nosotros por la calle podía ser un espía.

Vale decir que por estar en Cuba, en nuestro caso podíamos tener detrás a dos tipos de espía: primero, estos buscadores de tesoros interesados en arrebatarnos antes que nadie el fruto de nuestras investigaciones, y por qué no, las fuentes secretas de las fuerzas de Seguridad del Estado, siempre al tanto de todo lo que se mueve en el país, y más si se trataba de dinero, de mucho dinero, de un dinero que podía ser para el Estado, como un chorro de agua en la boca de su sedienta economía, como ya sabemos, bloqueada y maniatada por la política exterior de Estados Unidos.

En la calle la gente nos preguntaba por nuestra investigación. Como es lógico, aquella preocupación ajena por nuestro trabajo la recibíamos Atner y yo con satisfacción, pero en el fondo de nuestras almas se había instalado ya la preocupación, la tensión, en una palabra, el miedo. Todos sabemos que la gente por dinero es capaz de cualquier cosa, y mucho más por una suma de dinero que el imaginario popular, no sé por qué cifraba en unos 25 millones de dólares en doblones de oro de la época.

A menudo se nos acercaba gente para contarnos historias vividas o relatadas por familiares, sobre la manifestación ocasional de este espíritu del difunto Don Mariano Borrell. Todas las historias se parecían mucho. La gente ante la presencia de aquel espectro, huían lo más rápido posible, pues a esa hora no les daba tiempo a pensar en si Don Mariano les quería decir o no algo importante. En la mayoría de los casos, los contactados prefirieron no averiguarlo. Sin embargo, hubo quien sí habló con el espíritu de Don Mariano, y por esas casualidades de la vida, dicha información llegó hasta mí.

Una tarde, una mujer a quien había conocido en circunstancias bastante intrascendentes y con quien mantenía amistad desde hacía un par de años, me llamó por teléfono y me dijo que había escuchado por boca de alguien sobre la investigación que estaba realizando y que quería hablar conmigo sobre el tema.

A la noche siguiente me presenté en su casa. Ella me estaba esperando y había dispuesto todo para poder cerrarse a hablar conmigo en medio de una privacidad absoluta. Yo no sabía bien de qué se trataba, pues aquella mujer ya se había encerrado alguna vez conmigo para que le echara las cartas o para confesarme algunas de las penas de su corazón buscando ayuda espiritual o mágica en mí o en mi familia.

Aquella noche en cambio, se trataba de otro asunto. Antes de hablar miró para todas partes para estar segura de que nadie más escucharía sus palabras. Entonces, antes de comenzar su relato, me advirtió que las cosas que iba a decirme parecían imposibles, más propias de una invención que de la vida real, pero que aún así debía confiar en su seriedad.

-Tú me conoces, y sabes que soy una persona de fiar. De más está decirte que no te llamaría para contarte una mentira. Eso sí, quiero que no le hables a nadie de lo que voy a contarte. No quiero que para nada se vea mi nombre involucrado en esta historia.

Puedes estar tranquila, le dije yo. Tu secreto se irá conmigo a la tumba. Una vez le hube dado mi palabra de mantener su nombre en el anonimato, comenzó ella su interesante relato.

Mi amiga trabajaba entonces como profesional de la salud en uno de los pequeños hospitales enclavados en cierta localidad de la región, de la que no daré el nombre para que nadie pueda dar con ella siguiendo las pistas lógicas de este relato. Aquel lugar correspondía con uno de los territorios que alguna vez pertenecieron a Don Mariano Borrell.

Una tarde, un campesino de la región, paciente suyo, le dijo, casi le susurró, que pasara después del trabajo por su casa, que tenía que hablar con ella. Finalizada la jornada laboral fue donde él, y éste, en la más absoluta confidencialidad le relató lo siguiente:

Un día este campesino se encontró con que una de sus pocas vacas se había escapado del cercado donde la tenía pastando, así que partió en su busca campo a través. Iba caminando sin rumbo fijo cuando de repente se encontró con un hombre sentado tranquilamente sobre una roca. El campesino le dirigió un saludo cordial como es típico que ocurra cuando se encuentran dos personas perdidas en medio del monte.

El señor que estaba sentado en la roca insistió en llamar al otro, que sequía camino con la desesperación y el deseo de encontrar a su vaca perdida. Le dijo: “Ven acá, que necesito hablarte”. Su interlocutor le respondió que no tenía tiempo, que necesitaba dar con su vaca antes de que cayera la noche, y el señor que permanecía sentado le dijo:

- “Créeme que lo que yo tengo para ti vale mucho más que la mejor de tus vacas. ¿No sabes quien soy? Yo soy el señor Borrell. Don Mariano Borrell y ando buscando una persona que me ayude a elevarme para poder marcharme de la tierra. Para ello necesito rezos, que se me hagan misas en la iglesia, y yo a cambio ofrezco una buena suma de dinero que tengo enterrado no lejos de aquí. Estoy dispuesto a darte el dinero si me ayudas”.

Nuestro hombre no daba crédito a lo que escuchaba. Quien le hablaba era un espíritu, pero no un espíritu cualquiera. Se trataba del espectro de quien había sido un siglo y medio antes, el amo y señor de todas aquellas tierras. El muerto continuó con su explicación:

-“Quiero que mi dinero, por ser una cantidad considerable, sea repartido entre tres personas. Si decides ayudarme, una de ellas serás tú. La elección de la segunda persona la dejaré en tus manos, y la restante, la elegiré yo. Ya te diré en su debido momento quien es. Junto con el dinero hay unas joyas que pertenecieron a una de mis hijas. Ella ha vuelto a la tierra, ha reencarnado nuevamente y me haría mucha ilusión que dichas joyas regresaran a su poder”.

El campesino miró fijamente a mi amiga y le dijo: “Tú eres la elección de Don Mariano”. Estas palabras la dejaron atónita. Regresó a su casa con el peso sobre los hombros de un secreto inconfesable. El campesino por su parte, buscó a un amigo de confianza para que lo secundara en esta aventura. Varias veces se reunieron los tres implicados para trazar con la mayor discreción posible un plan de acción para hacerlo todo de la manera más discreta posible.

El primer paso era hacerle al espíritu de Don Mariano las 9 misas que había pedido para la elevación de su alma. Luego debían hacer un ritual de acceso al sitio donde estaba el dinero, pues se encontraba custodiado por varios espíritus africanos, los cuales habían muerto envenenados por su amo el día que les pidió que cavaran un gran hueco para enterrar el dinero. Al morir estos negros esclavos, sus almas se quedaron para siempre unidas a este tesoro, y de hecho llevaban un siglo y medio custodiando el botín que les causó la muerte.

Don Mariano había explicado al campesino todos los pasos del ritual que era necesario hacer para no poner en peligro sus vidas durante el desenterramiento del tesoro. Aunque mi amiga me contó con lujo de detalles este extraño y peligroso ritual, a estas alturas de mi vida debo confesar que apenas lo recuerdo con claridad. Se que era necesario una botella de agua bendita, ramas de ciertas plantas mágicas, un animal de cuatro patas para ser sacrificado, posiblemente una cabra, aguardiente, velas, etc. De todos modos creo que este ritual lo hacen los africanos siempre que van a desenterrar dinero. Esto no es algo tan raro en ciudades antiguas como Trinidad, donde muchas veces aparece dinero enterrado en los sitios más inverosímiles.

Cuando todo estuvo listo, los dos campesinos y mi amiga esperaron a la llegada de la noche para internarse en el monte sin levantar sospechas y realizar allí el extraño ritual para contentar a los espíritus de los negros esclavos muertos y así poder desenterrar el tesoro de Don Mariano, una vez que se derramara sobre el hueco abierto, la sangre y también el cuerpo del animal de cuatro patas sacrificado para la ocasión.

Comenzaron la arriesgada caminata hasta el punto donde se encontraba el botín. La luz de la luna tal vez los ayudaría a orientarse mejor dentro de la maleza. Iban cargados con picos y palas y otros utensilios necesarios para romper aquel suelo maldito por la presencia en sus entrañas de aquel dinero fruto de la explotación despiadada de miles y miles de negros esclavos.

El cielo empezó a encapotarse y cuando llegaron por fin al sitio indicado, la lluvia había empezado a hacer acto de presencia. Las velas no se prendían y las cerillas se habían mojado. No sabían si seguir adelante con el ritual. Ellos no eran para nada expertos en ese tipo de práctica ritual, y no habían podido pedir ayuda ni información por las características de dicha empresa. Lo que sí tenían claro era lo que en el pueblo siempre se había dicho: “Si se va a sacar dinero, la ceremonia religiosa a los espíritus custodios del dinero hay que hacerla bien porque de lo contrario, los osados terminarán muertos”.


De todos era bien conocida las desgracias acaecidas a la mayoría de las personas que se habían atrevido a desenterrar tesoros. De hecho mucha gente en Trinidad sabe que tiene grandes tesoros enterrados en sus casas, pero sus espíritus guardianes han dicho que si lo sacan, morirá algún integrante de la familia, y por eso no se han atrevido a tocarlo. Al final, presos del miedo y calados por la lluvia, decidieron regresar y esperar un día más propicio, pues a las claras ese día ya se les había torcido.

Algunas semanas más tarde ya estaban los tres nuevamente animados para acometer la gran tarea que cambiaría para siempre sus vidas. Nuevamente esperaron a la caída de la noche y esta vez sí contaban con una noche despejada. La luna brillaba en el cielo como sólo es posible advertirla en el Trópico, y las constelaciones marcadas por un montón de estrellas, indicaban que al parecer, aquel sí sería un día propicio.

Nueva caminata hasta el lugar indicado por el espíritu de Don Mariano. Comenzaron el ritual, las plegarias ,los cantos y las ofrendas. Luego comenzaron a cavar y a cavar. El espíritu habló de la necesidad de hacer un hoyo de unos 3 metros aproximadamente. Cavaban con ritmo y con prisa. El corazón se les quería salir del pecho. Estaban verdaderamente asustados y excitados. Mientras separaban la tierra de la fosa, deseaban más que nada en el mundo escuchar el sonido de sus hierros chocar con el metal del inmenso cofre prometido.

De pronto comenzaron a escucharse los ladridos de varios perros .El sonido cada vez se tornaba más cercano y junto con el ruido de los perros comenzaron a verse luces y el eco de las voces de varias personas. Se miraron sorprendidos y dijeron en voz baja: “La Policía”. No era extraño encontrarlos a esas horas por allí. En los campos cubanos, sobre todo después del comienzo de la crisis económica, luego de la caída del Comunismo en los países del Este, mucha gente se estaba dedicando al hurto y sacrificio de ganado mayor, y los propios campesinos habían solicitado la acción policial para detectar y apresar a todos aquellos ladrones que amenazaban con diezmar la producción ganadera de la región.

Dejaron de cavar, y sin pensarlo dos veces comenzaron a realizar justo la operación contraria, es decir, comenzaron a tapar el hueco que habían estado cavando. Disimularon el lugar lo mejor que pudieron y en silencio se marcharon por donde habían venido. Todas estas cosas me contó mi amiga en la intimidad de su habitación. Yo la escuchaba sin poder dar crédito a sus palabras. Pero esto era sólo el preámbulo de su confesión.

Nuestros tres protagonistas decidieron esperar unas semanas hasta que la furia de la búsqueda policial de los cuatreros pasara. Evidentemente era un suicidio seguir adelante con aquella descabellada empresa, la cual, en caso de ser descubiertos por la policía, sonaría en sus oídos de agentes del orden, como una monumental excusa para ocultar sus verdaderos fines, que sería sin dudas la de sacrificar ganado mayor para la consumición propia y la venta ilegal en la ciudad de Trinidad. Decidieron mantenerse alejados los unos de los otros hasta nuevo aviso.

Aprovechando este receso necesario, mi amiga se pidió unas vacaciones en el trabajo y se marchó a la Habana, pues necesitaba descansar, y por demás, una de sus hermanas le había pedido que estuviera presente en su ceremonia de asentamiento de Santo. En otras palabras, su hermana iba a ser objeto de la ceremonia más importante dentro de la Santería, la ceremonia mediante la cual al creyente en cuestión se le coloca en la cabeza a su santo patrón, la ceremonia en la que el creyente entrega su cabeza a determinada deidad africana y esto le da la posibilidad al creyente de tener el honor de ser poseído por la energía divina de la deidad.

Este tipo de ceremonias es muy común en Cuba. La gente dice: “Fulana se va a hacer Yabó”. Para el ojo ajeno, en cambio, puede resultar muy complejo entender todo lo relativo a este tipo de ceremonias. Para no alejarnos del tema que nos ocupa, sólo téngase en cuenta que este tipo de ritual es para todo creyente el acontecimiento más importante de su vida religiosa. Es como nacer en la religión. De hecho, durante los 7 días que dura, al neófito se le trata como a un bebé. Por esta razón, esta chica quiso que su hermana, es decir, mi amiga, estuviera presente y participara de esos siete días de ritual mágico a su lado.

Mi amiga en su día ya había pasado por este ritual, y eso le daba potestad para participar activamente de éste que se le estaba haciendo a su hermana, porque de más está decir que buena parte de esta ceremonia se realiza en privado, y los no iniciados no pueden participar de ella. Allí, entre santeros mayores se le bajó el Itá a su hermana, es decir, se le hizo la consulta de su vida. Se trata de un acto de adivinación en el que la deidad habla única y exclusivamente para la persona que se inicia y le da una serie de consejos y recomendaciones que el creyente debe cumplir a lo largo de su vida.

Una vez terminada esta parte de la ceremonia, un santero se le acercó a mi amiga y mirándola con ese poder que tienen allí los videntes le dijo casi en el oído: “Hija mía, tú estás intentando desenterrar un dinero muy grande. Pero debes saber que uno de las dos personas que están contigo en eso, está pensando en matarte y dejarte allí enterrada. Dejarte allí como ofrenda a los espíritus para proteger su vida y tener más dinero para repartir. Cuídate mucho, que ese dinero está maldito y sacarlo te puede traer más cosas malas que buenas”.

Aparte de decirle esto, le describió físicamente a la persona que planeaba en secreto su muerte, para darle prueba de que le estaba diciendo la verdad. Ella, ante la evidente veracidad de aquellas palabras, decidió alejarse para siempre de esa idea alocada de hacerse rica con la fortuna de este difunto memorable.

A partir de entonces, el campesino que estaba al frente de esta secreta operación, intentaba ponerse en contacto con mi amiga para realizar un nuevo intento de desenterrar el dinero, pero ella buscaba siempre la manera de excusarse. De hecho, pensó que tal vez la solución sería decirle al señor toda la verdad. Hacerle saber todo lo que le habían revelado en la Habana. Recalcarle además, que ella no accedería a sacar el dinero si él no alejaba del proyecto y sustituía por otra gente de confianza a aquel hombre peligroso para su vida. era el momento de exigirle un hombre de confianza, sobre todo de su confianza. Aquel día en el que me hice partícipe de esta confesión, se me invitó a participar de esta Odisea. -¿Quisieras ser tú el tercer hombre?

Al escuchar tan delicada proposición, no lo pensé ni un solo instante y rechacé tajantemente formar parte de esta historia, que cada vez se parecía más a una novela de terror. Ella de todos modos insistió en ponerme en contacto con este campesino amigo suyo, y aunque me vi tentado a entrevistarlo, decidí seguir con mi investigación obviando todo lo que había escuchado esa noche.


Nuestro trabajo dio frutos y fue llevado a feliz término. Convertimos toda la información acopiada en un texto con verdadero valor historiográfico, y así se nos reconoció en cuanto evento científico lo presentamos. Dentro de poco estará saliendo de la editorial y tal vez más de un oculto buscador de tesoros ocultos, se dedique a buscar en él alguna clave que le permita acercarse de manera más precisa al tesoro mejor guardado de la ciudad. Tal vez leerlo pueda servir para algo, no lo sé con certeza. En todo caso, ya eso no es asunto nuestro.
TADEO

4 comentarios:

Andre dijo...

Muy interesante, esa historia. Con ella regresan muchos recuerdos de mi infansia en Cuba.

Grasias

JOSÉ TADEO TÁPANES ZERQUERA dijo...

Hola Andre:

Me alegra tenerte por aquí. Veo que has sido valiente al leerte todo esto. Un placer tenerte por aquí. Un abrazo:
Tadeo

jorge xiques dijo...

En el patio de mi antigua casa dicen que hay un tesoro enterrado al pie de la ceiba.
Trinidad tiene muchas leyendas trasmitidas de generación en generación.
Cuando pueda llevar un detector de metales desde España para Cuba,me lo llevaré,lo he visto en algunas tiendas y tienen un precio a partir de 300 euros.Por ahora la aduana no lo deja pasar.

Anónimo dijo...

yo tengo un detector de metales en cuba,casi sin usar.por 1200 cuc lo vendo