sábado, 23 de febrero de 2008

EL SECRETO


EL SECRETO

Hay palabras que llevan dentro una suerte de carga mágica, de poder seductor, de halo misterioso que nos envuelve en cuanto resuenan en nuestros tímpanos o tropiezan con nuestras pupilas escrutadoras de esas verdades que oculta la realidad. SECRETO , es una de ellas.
Sé de algunos que piensan que el alma humana necesita de esta magia, y aún cuando la ciencia va dejando cada vez menos espacios a esa acrópolis de lo misterioso, el ser humano sigue levantando dentro de sí todo un universo de sombras y tímidos destellos aderezados por los muchas interrogantes que aún nos hacemos sobre este mundo nuestro que nos rodea.
¿Habrá de veras un gran secreto?. Tal vez. Al menos, mientras la vida no transcurra toda, según predicen ciertas regularidades filosóficas quedará terreno para la especulación y para la imaginación desbordante y desbordada, para los sueños, y para la búsqueda de eso que no se ve, pero que muchas veces presentimos.
Si alguien quiere percibir con claridad el peso de lo misterioso, sólo tiene que aterrizar en Cuba. Allí, junto a la brisa marina, el sol y las palmeras, algo misterioso se cuece entre la gente. Algo que no es de este mundo, late y condiciona la vida de los hombres y mujeres de la mayor de las antillas. Ese algo es El Secreto.
No me pidan que ponga en palabras lo que no se puede. Pero pregunten a los cubanos. La gran mayoría de ellos, aunque no sepan explicarlo con claridad, al leer estas palabras, creerán entender, sabrán de cierto a qué me estoy refiriendo.
Desconozco si cada uno de los pueblos de este planeta tendrá su secreto. Cuba lo tiene. Allí vemos pasar por las calles a los santeros mayores, a esos viejitos, insignificantes a la vista del turista incauto, del viajero desapercibido de esa realidad otra que le circunda, que le pisa los talones, que le hechiza, en esa isla rodeada de sol, y orishas por todas partes.
No puedo ni debo ser más claro. El Secreto de Cuba, (cuentan los que saben), vino de África escondido en el vientre de esos negros esclavos elegidos por los chamanes de aquellas tribus saqueadas y desmembradas a lo largo de toda la geografía continental al sur del Sahara. Una vez en la isla, echó nuevas raíces, y se fusionó en sus aspectos internos con las fuerzas mágicas de taínos y ciboneyes.
Paulatinamente, también la cruz cristiana, fue ganándose un lugar en los altares lucumíes y en las “prendas” de las religiones congas como el “Palo Monte”. Esta cristianización de las religiones africanas produjo desprendimientos importantes formándose ramas bien diferenciadas en función de la manera en que sus creyentes se entregaron al culto. De este modo, del Mayombe original, se desprendieron el Briyumba y el Kimbisa, este último, mucho más cristianizado.
En varias ciudades cubanas, aún hoy se sigue rindiendo culto a esos Secretos venidos allende los mares. Ellos son piedra angular, muchas veces olvidada, de las relaciones de hermandad entre muchos de los pueblos de las dos riberas del Atlántico: Cuba, Brasil, Colombia, Venezuela, Haití, República Dominicana, Puerto Rico, la comunidad latina afincada en los Estados Unidos, entre otros, con esos pueblos africanos como Nigeria, Camerún, Benin, Costa de Marfil, Guinea Ecuatorial, El Congo, y muchos otros.
Pero, por sólo citar un ejemplo, cuando un cubano “que sabe” y un brasileño “que no deja de saber”, se juntan y se ponen a conversar, enseguida advierten cómo comparten un lenguaje oculto y común, un universo ancestral que en esencia es el mismo. Otro tanto sucede cuando cubanos y africanos se juntan.
Yo mismo tuve la oportunidad de comprobar esto que acabo de decir. Un día, en la universidad de la Habana se reunieron los historiadores y sociólogos especialistas en temas religiosos afrocubanos, con sus homólogos brasileños. Cuando ambas partes expusieron sus conocimientos arrancados al gran secreto de las religiones populares de sus países respectivos, encontraron, no con asombro, que las semejanzas eran totales.
También he tenido la oportunidad de hablar del Secreto con varios africanos. Una vez, uno de ellos, después de abrirme su alma, me confesó: “Con ustedes los cubanos sí se puede hablar de estas cosas, porque ustedes son como nosotros”.
De niño, caminando por las calles centenarias de mi ciudad natal: Trinidad de Cuba, escuché hablar a los viejos de esas historias increíbles. Al parecer, ellos sabían el lenguaje de las piedras, sus clasificaciones mágicas, y el uso esotérico de cada una de ellas. Había piedras, que a pesar de encontrarse “sembradas” en una calle cualquiera de la ciudad, allí a la vista de todos, no eran piedras cualquiera. Eran piedras con un poder mágico extraordinario, capaz de influir en los sueños de todos los habitantes de la ciudad, o capaces de resolver los problemas más disímiles.
Supe también que el poder de ciertas ciudades cubanas como Guanabacoa, Regla, Unión de Reyes, Trinidad, Cienfuegos, Placetas, Palmira, o Santiago de Cuba, por sólo mencionar algunas, venía precisamente de haber recibido de sus antepasados esclavos uno de estos Secretos.
A estas alturas, ya se habrán dado cuenta de que hablo de algo material, y no de una revelación que pueda pasarse de boca en boca. El Secreto es algo tangible que no me es dado explicar en detalles. Tampoco sé demasiado al respecto.
En todo caso, si estoy metiéndome donde no me llaman, si estoy hablando aquí más de la cuenta, pido la protección de los espíritus de esas dos grandes santeras mayores ya fallecidas: Ita Valdespino y Juana Marín Aróstica. Y pido también la licencia de los santeros mayores de mi pueblo: Blas Puig Zayas y Pedro José Malibrán Vila, éste último, conocido popularmente por Biyiyi, con quienes aprendí mucho de lo que sé , y que alimentaron mi curiosidad una vez que el Secreto empezó a tirar de mí como un imán.

Estaba animado a investigar y llegar hasta el fondo de estas cuestiones, pero mi partida de la isla dejó a medias todos mis esfuerzos indagatorios. Sin embargo, el Secreto rondaba mi vida desde mucho antes. Fue mi padre la primera persona que me habló de él, casi de manera accidental.

Aquel día vimos aparecer en la estación de autobuses de mi pueblo, a una anciana de unos 80 años, muy risueña a la que todos saludaban con gran respeto y como si la conocieran de toda la vida. Su tez negrísima llamaba la atención, así como la humildad de su indumentaria. Estaba rodeada por una especie de halo mágico. A pesar de lo larga de la cola para comprar los boletos, y de las discusiones y peleas que se armaban para no dejar colarse a nadie, cuando alguien de la cola invitó a aquella buena mujer a ponerse delante, nadie chistó.
Yo no entendía el por qué, así que aquella duda se quedó instalada en mi mente. Una vez que mi padre y yo salimos de la estación, le pregunté:
- Papi, ¿por qué nadie protestó cuando colaron a esa anciana? ¿Sería por su avanzada edad? Y él respondió con una sonrisa:- Hijo mío, ¡cuántas cosas te faltan por aprender! Escúchame bien. Esa viejita es Eutimia. Ella tiene el Secreto.

TADEO

3 comentarios:

Lidia M. Domes dijo...

Y me sigues sorprendiendo... el SECRETO...

Interesante... si...

Cariños...

Lidia

JOSÉ TADEO TÁPANES ZERQUERA dijo...

Hola Lidia:
Qué bueno verte por aquí. La verdad es que este artículo no lo escribí para el blog, pero bueno, creo que puede estar aquí, por qué no. Besitos:
Tadeo

Anónimo dijo...

Algo especial guarda ese secreto, ese secreto del secreto guardado... Soñé estar en esa sala, Eutimia por alguna razón me lo permitió